sábado, 1 de diciembre de 2012

01/12/2012

Hay dos clases de ancianos: los que van al médico por cualquier cosa y los que no van aunque se estén retorciendo de dolor. Y tú al final fuiste de los segundos. Porque, como luego comentó aquél doctor, es increíble cómo pudiste soportar aquellos dolores durante tres días. Gracias a Dios que la tía logró convencerte de que fueras al médico. La tía pensó que estarías incubando una gripe fuerte o algo, pero luego descubrimos que era la vesícula. Y algo más. Tú y tu cabezonería de pueblo.

Cuando al final te ingresaron en el hospital, y según las noticias que tuve, pensé que ya se te fue la cabeza (como tu hermana al final de sus días), pero no, al día siguiente hasta el final la pudiste amueblar bien, y seguiste como si nada hubiese pasado. Durante los cuatro días que has estado en esa cama de hospital, sólo fui a visitarte dos días. La primera vez fui con un poquito de miedo, por lo que pudiera encontrarme, pero no fue nada. Tan sólo estabas ahí, acostado, cansado y medio durmiendo. Al día siguiente estabas despierto y de risas, a pesar de la máscara de oxígeno a la que te engancharon. Bromeando como siempre. Ayer no te quise visitar, por las noticias de que estabas peor, y no me atreví, pero casi lo prefiero, porque esa última imagen que tuve de ti prefiero guardarla. Así es cómo quiero recordarte, como el bromista que fuiste toda tu vida.

Y junto a esa imagen, la de tu mujer a tu lado, sin moverse de la silla, limpiándote la frente de sudor. Eso me llegó al corazón. Sin duda, eso es amor y no lo que comentan los chavales de doce años de hoy en día. Más de 50 años casados y, a pesar de las discusiones que teníais alguna vez en casa, os amabais por encima de todo (bueno, no sé ahora su realmente discutíais, porque ya sabes que ella está bastante sorda).

Ahora el problema es ella. ¿Quién cuidará de ella? La tía iba de vez en cuando a visitaros ("quien dice de vez en cuando", dice "prácticamente todos los días"), comía con vosotros y se quedaba un rato. Es cierto que una chica va  a casa a limpiar y eso, y que tenéis el botón del 112, pero me preocupo mucho, porque eras tú quien cuidaba de ella. Entre que está medio sorda y un poquito ciega, y que apenas puede andar, estoy por irme con ella a vivir, porque me pilla cerca del curro, pero como trabajo de noche y duermo por el día, hasta la tarde no puedo ayudarla.

No sé si al primer síntoma te hubieras ido al médico, te hubieras salvado, y seguirías aquí con nosotros, porque lo que te ha alejado de nosotros era algo que no tenía solución.

Quiero que sepas que siempre te recordaré, porque conocerte durante estos casi treinta años ha sido una de las mejores cosas que me han pasado. Lo único que espero es que estos 81 años que has estado dando guerra en este mundo hayan sido completos.

TE QUIERO, ABUELO



viernes, 16 de noviembre de 2012

ARA MALIKIAN (14-11-2012)

Ara ha vuelto a Segovia. Durante semanas estuve esperando a que una amiga me confirmara si vendría al concierto (ya que la hacía mucha ilusión conocerle y oírle), y una semana antes del concierto me dijo que sí, que al final sí se venía, así que compré las entradas. Eran entradas sin numerar, así que podíamos sentarnos en la primera fila, pero no pudo ser... y nos tuvimos que conformar con la segunda fila XD

La verdad es que, de las tres veces que he ido a verle, esta es en la que más cerca he estado. Yo pensé que haría "Mis cuatro primeras estaciones" o "Pagagnini" o algún espectáculo de los suyos de tocar música flamenca o zíngara, pero no, era todo clásico. En programa, un verdadero magisterio del violín: los Caprichos de Paganini. Nada más salir, ya se puso a tocar el primero, y, tras los aplausos merecidos, comenta que entre capricho y capricho, explicaría un poco la pieza o la vida del autor ("aunque es una pena tener que interrumpir la pieza").

Explicó, por ejemplo, lo que los más melómanos sabemos de Nico: la leyenda de que estaba "endemoniado" o que dio prioridad al virtuosismo más que al sentimiento. También Ara contó algo de su propia biografía (como que él es/era un "friki" de Paganini y que para poder tocarlo bien acudió a pedir consejo a otro "friki" de Paganini).

La verdad es que con sus explicaciones, se pudo disfrutar de la obra con más ganas. Lo que no me cuadró bien del concierto era que tuve la sensación de que no tocó todos los caprichos. O si los tocó, fue alternándolos. Empezó con el primero y así, hasta que llega a "La Risa del Diablo", diciendo que es el capricho 13 (yo ya había perdido la cuenta, y pensaba que era el 10 o así). Sigo la cuenta cuando de repente dice que hemos llegado al capricho 24 (el último), y yo me quedé "pero si se supone que estamos ya en el 16". Pero al ver la hora, sí que cuadraba el tiempo (contando las explicaciones de Ara y demás). Finalmente, tocó de propina un Bach (que no dijo qué iba a tocar, sólo que "era de Bach", pero, siendo un solo de violín, tendría que ser una de las partitas. Y no, no tocó la Chacona XD.

La verdad es que disfrutamos como enanos con este hombre, que es todo un showman a la hora de tocar. Y todo a pesar de toparnos con la manifestación de la huelga, que en mitad del concierto llegó a la Plaza Mayor, donde está el teatro donde tocó Ara, y se oía bastante la algarabía. Pasé bastante vergüenza, en el sentido de "ya verás cómo Ara se equivoca o se desconcentra y se nos enfada", pero no, lo hizo bastante bien (y eso es quedarse corto. Muy corto).

Al acabar en concierto, nos hicimos una foto con él. Y me quedé con ganas de hacerle una foto o un video mientras tocaba, pero no lo hice por dos razones: para no molestar a la gente, y porque resultó que no tenñia batería en la cámara de fotos (la foto la hicimos con el móvil de mi amiga).


domingo, 11 de noviembre de 2012

JULIO BERGROSEN (TEATRO-ESCENA II)


Escena II

     Estamos en el interior de una casucha destartalada. Todo es oscuridad, salvo por la luz de una joven bombilla, encima de una mesa, iluminando a dos hombres, de espaldas al público. Tras ellos está Julio, atado a una silla, con el rostro destrozado por las palizas que, desde hace varios días, estos hombres le están propinando. En el momento de alzarse el telón, los dos hombres le están pegando en el rostro. Se oyen las manotadas muy fuertemente. Al poco le dejan. Los dos hombres se hacen a un lado, visiblemente cansados, pero no tanto como lo está Julio. Julio permanece maniatado a la silla, con la cabeza gacha. Viste como en la escena anterior, sólo que el gorro está a su lado, en el suelo. Está sin chaqueta.

GÁNGSTER 1.- (Aparte, a su compañero). Este tipo es muy duro de pelar…

GÁNGSTER 2.- Déjale. Ya hablará…

GÁNGSTER 1.- ¿Y si al final se muere? Mira que la última paliza ha sido demasiado fuerte… Hasta a mí me ha dado miedo.

GÁNGSTER 2.- No creo que se vaya a morir ahora. Con lo cerca que estamos…

GÁNGSTER 1.- ¿Y si lo dejamos por hoy? Ya estoy cansado de dar tantas palizas…

GÁNGSTER 2.- Sólo una cosa más… (A Julio, a quien levanta el rostro). Dinos, ¿dónde lo tienes?

JULIO.- (Vistosamente dolorido y cansado). Que os zurzan…

GÁNGSTER 1.- (Mirándose un codo de la camisa). Si tienes un poco de hilo por ahí… (El Gángster 2 le vuelve a abofetear un par de veces. Julio baja la cabeza. Los dos se le quedan mirando. El Gángster 2 le levanta el rostro, tomándolo por el cabello. Al poco lo suelta).

GÁNGSTER 2.- (A su compañero). Éste ya no cantará más…

GÁNGSTER 1.- ¿Le has matado?

GÁNGSTER 2.- ¿De qué hablas? Se ha desmayado.

GÁNGSTER 1.- Será mejor que lo dejemos descansar un poco. Mañana será otro día.

GÁNGSTER 2.- (Vanse por la izquierda). Sí, tienes razón. Mañana será otro día… (Al poco entran, en cuclillas, Ethel, Juan y Elena, por la derecha).

JUAN.- (Susurrando). ¿Se puede saber adónde nos has llevado?

ELENA. (Susurrando). ¿Y a ti qué te pasa?

JUAN.- Es que menudo viajecito… Primero nos hace montar en un avión que parecía del abuelo de los Wright… ¡Cinco horas en el aire para viajar de París a Berlín! ¡Dios Santo, qué viaje! ¡Qué viaje!

ETHEL.- (Susurrando). ¡Chis! Que nos pueden oír…

JUAN.- Después un tren que ha tardado más de dos días en pasar la frontera. ¡Watt se estaría revolviendo en su tumba!

ELENA.- Pero lo peor ya pasó, ¿no?

JUAN.- ¡Esa es otra! Cuando creía que lo peor había pasado, nos montamos en un coche que parecía bastante decente, y con él anduvimos por los caminos más alejados de la mano de Dios… ¡Creo que ni los romanos llegaron tan lejos…!

ELENA.- Pero el coche se portó, ¿no crees?

JUAN.- Has dicho bien. Se portó. Ni bien ni mal.

ELENA.- ¿De qué hablas?

JUAN.- ¡Ford, Renault, Diesel y Benz deberían haber inventado un automóvil que pudiese ir por todos los terrenos del mundo!

ELENA.- ¿Un coche capaz de ir tanto por la ciudad como por los barrizales? ¡Estás tú bueno…! Creo que cuando nos caímos en aquél bache, el golpe que te diste te ha dejado muy trastornado… (Ethel se para de repente, mirando la figura de Julio. Juan y Elena se dan cuenta de ello). ¿Qué pasa, Ethel?

ETHEL.- (Señalando a Julio). ¡Mirad allá!

ELENA.- ¿Qué es eso?

ETHEL.- ¡Es Julio! (Corran todos hacia él, intentando reanimarle, pero sin éxito. Le desatan). ¡Dios mío, Julio! ¿Qué demonios te han hecho?

JULIO.- ¡Oh, Ethel! ¡Querida! ¡Gracias a Dios que has venido! (Viendo a Juan y a Elena). ¿Qué hacéis vosotros aquí?

JUAN.- Hemos venido a hacer turismo, ¡no te digo…! ¡A qué va a ser! A salvarte el pellejo.

JULIO.- Pero esto es muy peligroso para vosotros… Deberíais marcharos, ahora que estáis aún a tiempo…

ELENA.- ¡Tonterías! Eres nuestro amigo… (Elena, al tratar de liberarle, le aprieta sin saberlo las cuerdas).

JULIO.- Con amigos así, ¿quién quiere enemigos?

ELENA,- Perdona, hijo. ¿Quién iba a decir que harían una doble corredera con horca por detrás?

JUAN.- ¿Y tú desde cuándo entiendes de nudos?

ETHEL.- Chicos, silencio.

JUAN.- (A Elena). Ya hablaremos tú y yo luego más seriamente…

ETHEL.- ¡Chicos! ¿Estamos a lo que estamos?

JUAN,- ¿Y a qué estamos?

ELENA.- Yo juraría que a martes.

ETHEL.- ¿Ya estáis otra vez?

JULIO.- Yo estoy aún atado…

ELENA.- Y yo estoy muy nerviosa…

JUAN.- No. Tú estás un poco p’allá…

ELENA.-… así que no me metáis prisa, ¿vale?

JULIO.- ¡Ya están aquí otra vez!

JUAN.- ¿Quiénes?

JULIO.- Largaos. Salvaos vosotros. Es a mí a quien quieren.

ELENA.- ¿Y qué es lo que quieren?

JULIO.- ¡Largaos de una vez!

ETHEL.- Julio…

JULIO.- Hacedme caso, por Dios… (Vanse Ethel, Juan y Elena por la derecha).

ETHEL.- Te quiero, Julio…

JULIO.- Yo también, pero, ¡por Dios, salid de aquí de una vez! (Al poco de irse aparecen por la izquierda los dos gángsteres de antes, hablando entre sí).

GÁNGSTER 1.- (Entrando por la izquierda, junto con su compañero). ¿Otra vez? ¿Pero es que no tuviste suficiente antes?

GÁNGSTER 2.- (Con cierto sadismo). No.

GÁNGSTER.- Debo decirte que me das miedo… ¡Si al final le vas a matar!

GÁNGSTER 2.- ¡Es la única forma de hacerle cantar…!

GÁNGSTER 1- Mucho me temo que después de tantas palizas acabe desafinando…

GÁNGSTER 2.- ¡Además, nuestro futuro depende de que nos lo diga!

GÁNGSTER 1.- Si está visto que nuestro futuro está pintado igual que el suyo: negro, negro…

GÁNGSTER 2.- (Dirigiéndose a Julio). ¿Nos lo vas a decir, o sigues mudo?

JULIO.- Ya os he dicho que jamás.

GÁNGSTER 2.- Pues tú lo has querido. (Comience a martirizarle, golpeándole el cuerpo a puñetazos y manotadas. Mientras se ensaña con él, se oye a Juan, Ethel y Elena hablar, pero los dos gángsteres no les hacen caso).

ELENA.- (En off. Susurrando). Yo ya no lo aguanto…

JUAN.- (En off. Susurrando). ¡A dónde vas, loca!

ELENA.- ¿Adónde voy a ir? A salvarle la vida…

ETHEL.- (En off. Susurrando). Ya saldrá de esta… Ha estado en momentos peores…

ELENA.- ¿Pero no le quieres salvar?

ETHEL.- Sí, pero, ¿no le has oído? Prefiere que le dejemos…

ELENA.- Pero somos sus amigos, y tú su esposa. Debemos actuar, y deprisa.

JUAN.- ¡Elena! ¡Vuelve aquí! (Al poco aparece Elena, interpretando de forma sensual).

ELENA.- ¡Yuju…! ¡Muchachos…! (los gángsteres abandonan su empresa para mirar hacia Elena, quien se apoya a un lado de forma sensual).

GÁNGSTER 2.- ¿Se puede saber quién eres?

ELENA.- (Caminando hacia ellos lenta y sensualmente). Vengo a haceros un masaje…

GÁNGSTER 1.- Pues muchas gracias, maja, pero…

ELENA.- (Junto a ellos, eróticamente). Os veo muy cansados… ¿Por qué no dejáis lo que estáis haciendo y os vais poniendo cómodos mientras yo…? (Al momento, los dos gángsteres se desnudan deprisa y corriendo, quedándose en ropa interior). ¡Qué rápidos!

GÁNGSTER 1.- Hija, es lo que hay…

ELENA.- Pues espero que no lo hagáis todo tan deprisa… (Vase lentamente por la izquierda, haciendo que los dos gángsteres la sigan. Al poco de irse, aparecen Ethel y Juan).

JUAN.- Pero, ¿adónde va?

ETHEL.- Tengo que decírtelo, o reviento… Ya notaba yo a Elena un poco… ligerita de cascos.

JUAN.- No. Lo que es ligerita, no creo, porque últimamente voy notando cómo cada día que pasa engorda más…

JULIO.- ¿Queréis hacerme el favor de desatarme y dejar el palique para luego? (Juan y Ethel corren a desatarle. Al poco entra, corriendo, el Gángster 1, nervioso. Juan y Ethel le miran asustados y no reaccionan. El Gángster 1 no les ve, pero se vuelve, a mitad de escena, hacia la salida izquierda. Entonces Ethel se esconde tras Julio, y Juan tras la mesa y la lámpara).

GÁNGSTER 1.- (Entrando por la izquierda). ¡No! ¡Eso sí que no! ¡Por ahí no paso! (Entran el Gángster 2 y Elena, medio desnuda).

GÁNGSTER 2.- ¿Y a ti qué te pasa?

ELENA.- Pues entonces no lo hago.

GÁNGSTER 2.- (Yendo junto a su compañero). Ya la has oído. Si no lo hacemos, ella no nos da los masajes…

GÁNGSTER 1.- ¡Pues me da igual! ¡Ya me dará otra persona los masajes! (En este momento, Elena nota la presencia de Ethel y de Juan. Acude junto a ellos, con cuidado de que los dos gángsteres no la vean).

GÁNGSTER 2.- Piénsalo bien…

ELENA.- (Susurrando, a Juan y Ethel). ¿Se puede saber qué estáis haciendo vosotros?

GÁNGSTER 1.- ¿Pero es que a ti no te da cosa?

JUAN.- (Susurrando, a Elena). Intentar liberar a Julio…

GÁNGSTER 2.- Un poco… Pero soy capaz de cualquier cosa por un masaje.

ETHEL.- (Susurrando, a Elena y Juan). ¡Chis! ¡Que al final nos van a pillar!

GÁNGSTER 2.- ¡Vamos! ¡No seas tímido y apúntate!

JUAN.- Tú y yo ya hablaremos en casa…

GÁNGSTER 2.- Ya has oído que si tú no lo haces también, nos quedamos sin masajes…

GÁNGSTER 1.- Pero, ¡ni que fuéramos una ensalada!

GÁNGSTER 2.- No, si… revueltos vamos a acabar…

GÁNGSTER 1.- (A Elena, quien, asustada, se vuelve, intentando ocultar a Juan tras de sí). De acuerdo… Me arriesgaré… ¡Pero ni una palabra de esto a nadie! (Vanse los tres por la izquierda).

ELENA.- ¡Veréis, veréis qué maravilla! (Vanse. Al poco Juan y Ethel salen de sus escondites y siguen intentando liberar a Julio, quien sigue inconsciente).

JUAN.- Dudo que esta mujer me siga queriendo…

ETHEL.- (Dando ligeros cachetes en el rostro de Julio). Julio… Julio… ¿Me oyes, cariño?

JUAN.- ¿Qué tal está?

ETHEL.- No lo sé… Le han dado tal cantidad de palizas que dudo siquiera que esté muerto incluso… A lo mejor nos oye, a lo mejor no.

JUAN.- Desatémosle ya de una vez y vayámonos…

ETHEL.- ¿Y no esperamos a Elena?

JUAN.- ¡A Elena que la den!

ETHEL.- ¿En qué sentido?

JUAN.- ¡En todos! Yo, al volver a París, ya me recompondré con un par de visitas al Moulin Rouge y verles las ligas a las bailarinas y, sobre todo, a Jane Avril.

ETHEL.- Hay que ver, Juan, cómo te pasas algunas veces…

JUAN.- ¿Y ella? ¿No se ha pasado?

ETHEL.- Tienes razón. Ha pasado de ti.

JUAN.- Pues eso… (Desátenle. Cuando Julio es al fin desatado, lo toman entre los dos y se lo llevan en cuclillas pero aparecen de nuevo los dos gángsteres, con Elena entre ellos. Ethel y Juan quedan petrificados).

ELENA.- ¿Qué os ha parecido?

GÁNGSTER 1.- ¡Ha sido maravilloso!

GÁNGSTER 2, ELENA,- ¿Lo ves?

GÁNGSTER 1.- ¡Quién iba a decir que los masajes con aceites iban a ser tan relajantes! (Entonces ven a Juan y Ethel portando entre sí a Julio. La escena queda quieta por unos segundos, mirándose unos a otros).

GÁNGSTER 2.- ¿Y vosotros quiénes sois?

JUAN.- ¿Nosotros?

ELENA.- (Aparte). ¡Nos pillaron!

JUAN.- Bueno, pues… ¡Ejem! Verá…

ETHEL.- Somos de la Protección de Testigos.

GÁNGSTER 1.- (A su compañero). ¿Cómo nos han encontrado?

ETHEL.- Venimos a proteger a este testigo porque está siendo maltratado física, psicológica, fuerte y fehacientemente.

ELENA.- Para fea tú, mona…

ETHEL.- Así que, como vuelvan a maltratar a otro testigo, no respondo de mis actos. Salvajes. (Vanse, dejando a los gángsteres con la palabra en la boca).

JUAN.- (A Ethel). Muy bien, Ethel. Se lo han tragado…

ETHEL.- ¡Chis!

GÁNGSTER 2.- (Deteniéndoles). Conque se lo han tragado, ¿eh? ¡Alto ahí! (Juan, al momento, levanta las manos, soltando, por tanto a Julio, con la consiguiente caída del mismo al suelo, junto con Ethel). Sois amigos de éste, ¿verdad?

JUAN.- Sólo un conocido… Y de oídas…

GÁNGSTER 2.- (A su compañero). Átales a la silla.

GÁNGSTER 1.- Pero es que sólo tenemos una…

JUAN.- ¡Pues hacemos el juego de las sillas! Venga, yo canto y todos vosotros…

GÁNGSTER 2.- ¡Silencio! Aquí nadie va a cantar salvo ese.

JUAN.- Yo creo que más bien dará el cante… ¡Pero, si les da lo mismo, puedo dar un do de pecho! Verán… (Prepárese para dar un do de pecho, pero el Gángster 2 le detiene).

GÁNGSTER 2.- Lo que te voy a dar yo va a ser una paliza si no te callas…

ELENA.- ¡Ya está bien! ¿No? Aquí nadie va a dar nada.

GANGSTER 1.- Tú nos has dado un masaje…

GÁNGSTER 2.- Así que tú estás con ellos, ¿no es así?

ELENA.- ¡Qué dices…! Yo estoy aquí. ¿O es que no me veis?

GÁNGSTER 2.- Tú también. Con ellos. (La toma de un brazo y la empuja junto a Juan, Ethel y Julio).

JUAN.- (A Elena). Tú y yo tenemos que hablar muy seriamente.

ELENA.- ¿Sobre qué?

ETHEL.- (Aparte). ¡Ay, Dios! ¡Ya empezamos!

JUAN.- Sobre esos masajes.

ELENA.- ¿De qué te quejas?

JUAN.- De que tú das masajes a todo quisqui, a cualquier extraño y a mí ni un achuchón eventual. Ni eso. (Comenzando a sollozar cómicamente). ¡Claro! Como ya no te gusto…

ELENA.- No es eso… (Trata de abrazarle, pero Juan la rechaza ferozmente).

JUAN.- No te hagas la tonta… Sé que te ves con otros hombres cuando sales de casa, e incluso me han contado ciertos pajaritos que llegas a tratar con casi cien al día, con eso de los masajes y los aceites…

ELENA.- ¿Y de qué te sorprendes?

JUAN.- ¿Cómo que de qué me sorprendo? ¡Hija, que pareces tonta! Me da cosa el que estés ahí, manoseando el cuerpo desnudo de varios hombres, untándolos en aceite, con tus delicadas manos…

ELENA.- Que también hay mujeres, ¿eh?

JUAN.- ¡Eso, hala! ¡Y encima me lo restriegas bien por la cara!

ELENA.- ¿El qué?

JUAN.- El que estés también con mujeres.

ELENA.- ¡Juan!

JUAN.- Elena, ¿es que acaso ya no te gusto? ¿Ya no te atraigo físicamente? Ya sé que desde que nos casamos (y de eso apenas hace unos meses) he cogido un par de kilitos, y se me van aireando las ideas, pero el matrimonio está también para que ambos se cuenten y solucionen sus problemas hablando… Elena, ¿ya no sientes pasión hacia mí?

ELENA.- ¿Se puede saber qué tonterías estás diciendo? Sabes perfectamente que eso de los masajes es muy inocente…

JUAN.- ¡Tan inocente como Jack el Destripador!

ELENA.- ¡Juan! ¡Que trabajo en un balneario! ¡Lo de los masajes es normal! ¿O no te acuerdas que nos conocimos en uno en el que yo trabajaba?

GÁNGSTER 2.- ¡Ya está bien! Ahora mismo vais a morir todos si no colaboráis… (De repente, se oyen disparos. Todos se sobresaltan. Instintivamente, Juan y Elena se tiran al suelo. Los dos Gángsteres salen por la derecha. Ethel queda de rodillas junto a su marido. Cuando se agacha, toma una pistola que llevaba todo el tiempo tras sí).

JUAN.- (Al comenzar los disparos). ¿Pero qué pasa ahora?

ETHEL.- Son unos amigos… (Sacando la pistola).

GÁNGSTER 1.- (Volviendo a escena). ¿Y ahora qué hacemos?

GÁNGSTER 2.- ¡Vaya unas preguntas que haces! Pues salir por piernas, claro. (Huyan por la izquierda. Ethel se levanta y comienza a disparar mientras les persigue).

ELENA.- Esto sí que son unos fuegos de artificio y no lo de Año Nuevo.

JUAN.- Elena, haz el favor y cállate ya, ¿vale? (Entonces entra todo un escuadrón de batalla armado hasta los dientes, corriendo de derecha a izquierda).

OFICIAL.- ¡T. J.! ¡Al tejado! (Vase el escuadrón por la izquierda. Al poco vuelve Ethel junto a Juan y Elena, a quienes ayuda a levantarse mientras toman entre sí a Julio, quien comienza a volver en sí).

JULIO.- Ethel, apaga ya el despertador…

JUAN.- Pero, ¿alguien me quiere hacer el grandísimo favor de querer explicarme qué es lo que demonios está ocurriendo ahora mismo aquí? ¿Qué es esto? ¿La Segunda Guerra Mundial?

ETHEL.- Ya os lo he dicho. Son unos amigos. (Al momento dejan de oírse los disparos y aparece el escuadrón con los dos gángsteres presos).

JUAN.- Esperen… (A los dos gángsteres). ¿Por qué habéis cogido a este pobre hombre? ¿Qué era eso que él sabía y que vosotros a la fuerza queríais que os desvelara?

GÁNGSTER 2.- ¡Muy fácil! Queríamos saber dónde compraba las verduras tan baratas, porque a nosotros, con las letras del piso, no nos llega ni para pipas…

JUAN.- Ya sí que no comprendo nada…

GANGSTER 2.- Bueno, y también dinero…

JUAN.- (Suspirando). ¿Cuánto…?

GÁNGSTER 2.- Cincuenta…

JUAN.- (Echando mano de su cartera). ¡Ah, bueno! Si es eso, veré si tengo suelto…

GÁNGSTER 2.- Mil…

JUAN.- (Guardando la cartera y tomando una chequera de su bolsillo). Pues entonces echaré mano de la chequera…

GÁNGSTER 2.- Millones.

JUAN.- (Quien se iba a disponer a escribir en la chequera. Al oír lo último, se para en seco y le ve con los ojos abiertos como platos. Alterna la mirada con Julio). ¿Y a qué os debe tanto?

GÁNGSTER 2.- Al principio sólo eran diez dólares, pero eso era antes de lo de Nueva York… Y, claro, ahora los intereses suben cada cinco minutos… (Vanse con el escuadrón, por la derecha. Queden en escena Juan, totalmente anonadado, Elena, Ethel y Julio, ya más espabilado).

JULIO.- (Volviendo en sí). ¿Dónde estoy?

ETHEL.- (Abrazándole y besándole). ¡Julio! ¡Estás bien!

JULIO.- Eso creo… (Viendo a Juan y a Elena). ¿Y vosotros qué hacéis aquí?

JUAN.- A salvarte la vida… ¡No sabes por lo que nos ha hecho pasar tu mujer! ¡Qué viajecito de ida, Dios mío! ¡Qué viajecito…!

ELENA.- ¿Estás bien, Julio? Porque te dieron una verdadera tunda…

JULIO.- ¡Bah! No es nada que no pueda arreglar Florence…

ETHEL.- ¿Quién?

JULIO.- Nadie, cariño. Nadie. Tan sólo era una metáfora que…

ETHEL.- ¡Ya te daré yo metáforas! ¡Tira p’alante! (Empújele hasta salir ambos de escena por la derecha).

ELENA.- ¡En fin…! Cariño, ¿te lo has pasado bien?

JUAN.- ¿Se puede saber qué es lo que te pasa a ti? ¿En verdad te has divertido?

ELENA.- ¡Muchísimo!

JUAN.- Sobre todo con esos dos, ¿no?

ELENA.- Juan, ¡vives en el pasado! ¡Afronta de una vez el presente!

JUAN.- ¡Ya te compondré yo!

ELENA.- ¿Por qué no lo repetimos?

JUAN.- ¡Más quisieras…!

ELENA.- Juan, te noto un poco tenso y celosillo…

JUAN.- ¿Celoso? ¿Quién? ¿Yo? ¡Anda ya! Yo no soy celoso…

ELENA.- Admítelo. Eres celoso.

JUAN.- Bueno, es cierto. Soy muy celoso. Cuando veo a la Pola Negri con el otro… ¡es que me comen los celos!

ELENA.- ¡Digo conmigo!

JUAN.- Em… También, también…

ELENA.- Tira para la casa, que sé de una cosa que te hará olvidar a la Negri esa…

JUAN.- ¿El qué? (Elena le susurra algo al oído. Juan se alegra mucho de ello). ¿De verás? ¿Y con aceite de ricino? (Elena asiente contenta). ¡Por fin el aceite de ricino es bueno para algo! (Vanse y telón).

JULIO BERGROSEN (TEATRO-ESCENA I)


JULIO BERGROSEN

Acto Único

Escena I

     Estamos en el interior de una casa, con su sofá en el centro de la escena, de frente al público, una mesita delante. La puerta de entrada a mano izquierda, a modo de mutis. Un podio a mano derecha al fondo sobre el cual está la pequeña cocina. Un mostrador a modo de barra de bar delante, con un teléfono negro a un lado, y con tres sillas delante. Una amplia ventana con sus cortinas translúcidas al fondo en el centro. Una mesa pequeña y redonda a la derecha en primer plano. Un par de tiestos al fondo, colocados ad líbitum. Una puerta colocada a la izquierda, más cercana al público que la anterior, a modo de entrada a otro cuarto. Igualmente en el lado diestro de la escena. Se oye, al poco de alzarse el telón, el correr de un cerrojo. La puerta principal de abre y por ella entra una pareja. Visten a la moda de los “felices veinte”, quizá porque la acción de sitúa a mediados de 1929. Ella, un vestido corto negro de lentejuelas y un penacho de plumas alrededor del cuello. Entra alegre, cantando y bailando, tomando el penacho con ambas manos y extendiéndolo por detrás de su cuello; sobre su cabeza, y a manera de tocado, una cinta negra, sobre la cual se yergue una pluma sobre su pelo a lo garzón; calza zapatos de tacón. Él, más sosegado, viste esmoquin de chaleco blanco, con corbata blanca y camisa negra. Lleva un sombrero, algo ladeado, color crema con una cinta negra. Calza mocasines.
     Tras ellos, aparecen otras dos parejas, de mismo estilo. En la primera, ella viste igualmente un traje de fiesta de la época, color crema, con los bajos por encima de las rodillas y convertidos en flecos, mientras que él es igualmente de esmoquin, totalmente negro, excepto la corbata, blanca. Lleva un sombrero igualmente negro, con cinta blanca. La otra pareja es de semejantes gustos: ella, un vestido de tonos dulces y apagados (entre rosa y salmón), y entra fumando un cigarro en uno de esos finos y largos palillos de la época. Él viste un esmoquin grisáceo a rayas.
     Los nombres de cada personaje son: Juan y Elena; Julio y Ethel; y Eduardo y Luisa, respectivamente.

ELENA.- (Totalmente radiante, parándose en mitad de la escena, y recogiendo sobre sí el penacho. A Juan). Si es lo que yo digo siempre. No hay nada como el cabaret para olvidarte del mundo…

JUAN.- (A ellos, yendo a la cocina). ¿Queréis tomar algo?

ETHEL.- (Yendo junto a ella, acompañada por Luisa). Tienes toda la razón del mundo.

JULIO.- (Yendo los tres a la barra. Juan queda tras ella, preparando unos cócteles). No, gracias.

JUAN.- ¿Eduardo?

ELENA.- (A ellas). Podemos continuar la fiesta en casa.

EDUARDO.- No, gracias.

JUAN, ETHEL, LUISA.- ¿De veras? (Elena vase por la salida derecha, saliendo al poco con una vieja gramola y poniéndola en la mesa).

JUAN.- (A Eduardo, mientras Elena ha ido a por la gramola). Venga, no me hagas este feo… ¿Una margarita?

EDUARDO.- (A regañadientes). De acuerdo… ¡Pero no te pases con el alcohol!

JUAN.- (Con sonrisa maliciosa). Tranquilo… (A ellas, cuando Elena ha vuelto con la gramola). ¿Chicas?

ELENA.- ¿Qué?

JUAN.- ¿Queréis tomar algo?

ELENA.- (A ellas). ¿Queréis tomar algo?

ETHEL.- No, pero muchas gracias.

ELENA.- ¿Luisa?

LUISA.- No, creo que en la fiesta ya bebí todo lo que quise.

ELENA.- (A Juan). No, no queremos nada. (Vuelve a irse por la salida derecha, volviendo al poco con un disco de vinilo, envuelto en su correspondiente cartón. Ellos hablan entre si). Fijaos el disco que me compre la semana pasada.

ETHEL.- (Mirando la carátula del disco, anonadada, al igual que Luisa). ¡El último de Maurice!

LUISA.- ¡Ponlo! ¡Ponlo! (Al oír a Luisa, Juan las mira asustado).

JUAN.- Elena, ¿no irás a poner el disco de…?

ELENA.- Sí.

JUAN.- ¡No! ¡Ni se te ocurra!

EDUARDO.- (A Juan). ¿Qué pasa?

ELENA.- (A ellas, poniendo el disco en la gramola). ¡Ya veréis!

JUAN.- Es que se pasa todo el día poniendo el mismo disco una y otra vez… ¡Es una condena! (Se oye el disco; es una canción de Maurice Chevalier, cantada por él mismo. Las tres mujeres, juntas, oyen el disco como si de un místico éxtasis se tratase. Juan, entre desesperado y resignado, a ellos). Ya está, chicos. Ya no volverán a ser las mismas.

JULIO.- ¿Por qué?

JUAN.- Ahora, en vez de con nosotros, ellas pensarán en el Chevalier ese.

EDUARDO.- ¿Y qué tiene ese que no tengamos nosotros?

JUAN.- ¿Te hago una lista?

JULIO.- Bueno, bueno. Pero, ¿no dijeron que se había muerto el año pasado?

ELENA.- (A ellos; las tres les miran un poco enojadas). ¡Eh! Todo lo que dicen los periódicos es mentira…
ETHEL.- Patochadas…

LUISA.- Cábalas…

ELENA.- Todo eso lo inventan para vender más y conseguir mayores beneficios. (Vuelven a la audición del disco, embelesadas en el timbre del cantante).

EDUARDO.- (A ellos). Nos acaban de dejar, como quien dice, a la altura del betún.

JULIO.- Pues si alguien lo supiera…

JUAN.- Hablando de saber cosas… ¡Quién nos habría dicho lo de Nueva York!

JULIO.- Es cierto. Cualquiera diría que si lo sabíamos de antemano.

JUAN.- Y gracias al cielo que nos salimos justo unos días antes.

EDUARDO.- Y de ahí nuestra vida cuasi-bohemia.

JULIO.- Tienes razón.

JUAN.- Bien dicho.

EDUARDO.- Y gracias a ello tenemos casas como ésta, bebemos cócteles como éste y vamos a cabarets como el de esta noche.

JUAN.- ¡Eduardo! ¡Me acabas de dar una idea fantástica!

EDUARDO.- ¿Qué he hecho ahora?

JUAN.- Ya que ellas fantasean con Chevalier, nosotros podemos hacer lo mismo.

JULIO.- Juan, no sabía que fueras de esos…

JUAN.- ¡No! Me refiero a que podemos hacer lo mismo, pero con la Baker.

EDUARDO.- ¡Ah, pillín!

JULIO.- ¿Qué? ¿Problemas en el paraíso?

JUAN.- ¡Pues claro! ¿No os acordáis de la semana pasada, en el teatro, la que se armó? Pues eso.

EDUARDO.- Pues tranquilo, porque después de la tormenta viene la calma.

JUAN.- Eso mismo le dijo la mujer de Noé a Noé, la noche en que empezó a diluviar…

JULIO.- No sé, no sé… Es que me han dado un chivatazo de que dentro de poco toda esta vida tan placentera que conocemos se irá por el sumidero.

JUAN, EDUARDO.- ¿De qué hablas?

JULIO.- Ojo, que las chicas no se enteren. Existen pruebas de que dentro de poco haya otra guerra en Europa.

EDUARDO.- Pero, ¿estás seguro?

JULIO.- Tengo un amigo que vive en Alemania y que dice estar muy seguro de ello.

JUAN.- Pues habrá que irse preparando, ¿no?

JULIO.- No, aún no. Es demasiado pronto. Quizá dentro de unos años, porque aún falta mucho tiempo para que empiece. Y os advierto: esto queda entre estas cuatro paredes, ¿de acuerdo?

JUAN.- Sí.

EDUARDO.- Seré una tumba.

JULIO.- Chito entonces.

ETHEL.- (A Elena, quien quita el disco al acabar). Me lo tienes que prestar.

ELENA.- Por supuesto. (Guardando el disco en su cartón y dándoselo a Ethel). Ten. Ya me lo devolverás cuando puedas (o quieras).

LUISA.- No, esa seré yo, porque tras ella, me toca a mí tenerlo unos días.

ELENA.- (Con sarcasmo, alzando la voz para que ellos la oigan). ¡Ojalá los hombres fueran iguales!

JUAN.- ¡Te he oído!

ELENA.- Es lo que pretendía. (Se oyen dar la una de la madrugada en un lejano campanario).

ETHEL.- Pero, ¡qué tarde es ya!

JULIO.- Pues sí, cariño. Tienes razón. Será mejor que nos vayamos, que, como decía mi padre, mañana es día de colegio. (Vanse juntos hasta la puerta principal- salida izquierda fondo).

EDUARDO.- (Junto a Luisa). Nosotros también nos vamos.

JUAN.- ¿No queréis quedaros un ratito más?

EDUARDO.- Lo siento, pero yo mañana tengo que madrugar.

ETHEL.- (A Elena). Gracias por el disco. Ya te lo devolveré cuando pueda.

ELENA.- (Acompañando a las dos parejas hasta la puerta, abriéndola). No te preocupes.

ETHEL.- Bueno, pues hasta mañana.

ELENA, JUAN.- Hasta mañana.

LUISA, EDUARDO, JULIO.- Adiós.

ELENA, JUAN.- Sí. Adiós. (Vanse Luisa, Ethel, Eduardo y Julio. Juan y Elena cierran la puerta y van al centro de la escena. Juan a la barra para limpiarla un poco. Elena guarda la gramola).

JUAN.- Nosotros será mejor que también nos vayamos a dormir, que luego se nos juntará el desayuno con la comida.

ELENA.- (Tomando la gramola y llevándosela fuera de escena- mutis por la salida derecha. Al poco vuelve a entrar). Yo guardo esto y me voy a la cama.

JUAN.- Yo voy a limpiar la barra y también me iré a la cama… (En cuanto queda solo, llaman al teléfono. Lo coge). ¿Diga?... ¡Hombre, hola, qué tal! Sí, muy bien. ¿Y tú?... ¿Qué tal Ana?... ¿Sigue igual, eh?... Ya dije yo que al final… ¿Qué? ¡Ah! Que venís para acá pasado mañana. De acuerdo… Si ya sabéis que siempre hay una cama libre para vosotros… Eso es… De acuerdo… ¿Os voy a recoger o pediréis un taxi? Un taxi. Bien… Pues hasta entonces… Adiós. (Cuelga).

ELENA.- (Quien, al entrar, ha oído la conversación sentada junto a la barra). ¿Quién era?

JUAN.- Mi hermano.

ELENA.- ¿Y que se cuenta?

JUAN.- Que pasado mañana él y su mujer vendrán unos días a quedarse aquí.

ELENA.- ¿Y qué les has dicho?

JUAN.- ¡Elena, que es mi hermano! ¿Qué le voy a decir?

ELENA.- Así que hay que preparar una cama más. (Llaman a la puerta con bastante insistencia. Juan acude a abrir). ¿Quién será a estas horas?

DOCTOR.- (Vestido con batín científico blanco con varias manchas multicolores, pelo albino revuelto y gafas de soldador. Entra en la casa). ¡Estoy a punto! ¡Estoy a punto!

JUAN.- ¡Doctor! ¿Qué hay a tan altas horas?

DOCTOR.- ¡Estoy a punto!

ELENA.- Pero, ¿para qué está a punto, doctor?

DOCTOR.- (Mirándoles loco). Vengan para acá. (Hacen un corrillo. Susurrando). Estoy a punto de hacer el descubrimiento del siglo.

JUAN, ELENA.- ¿El descubrimiento del siglo?

DOCTOR.- ¡Chssst! (Mirando a todas partes). No quiero que nadie se entere… Es muy importante mantenerlo en secreto. Aún están recientes las heridas de la Gran Guerra, y las paredes oyen. Si el presidente se enterase de esto, seguro que no me volveréis a verme más.

JUAN.- ¿Y por qué?

DOCTOR.- Porque el gobierno me cogería para fabricar toda clase de inventos y armas para defenderse.

ELENA.- ¿Defenderse? Pero, ¿contra quién?

DOCTOR.- ¿No lo veis? ¡Contra ellos mismos! (Elena y Juan se miran atónitos, sin lograr entender nada). Olvidarlo. No lo comprenderéis. Por cierto, ¿no tendréis por casualidad hiperhidrato de volframio enriquecido con níquel débil? (Misma mirada entre la pareja). Lo suponía…

JUAN.- Pero, doctor, díganos, ¿en qué está trabajando?

DOCTOR.- Estoy trabajando en un asunto muy delicado.

ELENA.- ¿De qué se trata? ¿Nos lo va a decir o qué? ¡Es que nos tiene en ascuas!

DOCTOR.- Bueno, bueno… Estoy trabajando en una fórmula que sea capaz de transformar cualquier objeto en oro, y creo que he dado con ella. Bueno, he dado con la teoría, pero lo malo es la práctica…

JUAN.- ¿Oro? Pero, ¿eso no era lo de la piedra filosofal?

ELENA.- Doctor, me temo que os habéis confundido de siglo.

DOCTOR.- Así que os pido la mayor de las discreciones. Es un muy alto secreto.

JUAN.- (Con ironía). Pues con lo discreta que es Elena…

ELENA.- ¿Y cómo dio con ello?

DOCTOR.- Pues estaba un día en mi laboratorio haciendo unos experimentos de unión de metales para ver si podría descubrir un nuevo metal, y, sin darme cuenta, derramé un poco de ácido cobrizo de helio sólido en un preparado que tenía con clorato de aluminio y hierro argentado. Cuál fue mi sorpresa al ver que al momento, cuando fui a tirarlo, el recipiente donde lo eché se convirtió al momento en oro. Pero los efectos eran muy esporádicos, por lo que necesito hiperhidrato de volframio enriquecido con níquel débil para que duren más tiempo. E investigando, investigando, he descubierto que los isótopos del aluminio, junto con los electrones del cloro, entran en reacción al unirse con el hierro argentado, porque el hierro, al tratarse con plata, hace variar el átomo de aquél, de forma que el átomo resultante, con el número de protones, electrones, neutrones y fulatrones, es de oro, pero de poca energía y con poca atracción entre el núcleo y los electrones, por lo que necesito el volframio enriquecido para aumentar esa atracción. ¿Me he explicado bien?

JUAN.- Protón. Digo… Sí. (Eso creo).

DOCTOR.- Bien, pues les dejo, que veo que tienen sueño. Yo veré si puedo conseguir un poco de volframio por ahí… Ustedes descansen.

ELENA.- Usted también debería descansar.

DOCTOR.- ¡Oh, hija! ¡La ciencia jamás descansa! (Vase).

ELENA.- (Cuando el Doctor es ido. A Juan). Este hombre acabará descubriendo la rueda.
JUAN.- Pobre hombre. Con lo que ha vivido… ¡Y pensar que hasta hace bien poco era un hombre muy influyente de la sociedad! Pero entre la Gran Guerra, el asesinato de la familia real rusa y ahora lo de Nueva York… No sé, querida, pero creo que Schumann y Wolf, juntos, comparados con éste, están más cuerdos que nosotros.

ELENA.- Bueno, no te metas con él. Pobre hombre… ¡Bueno…! ¿Qué? ¿Nos vamos a la cama?

JUAN.- Adelántate tú. (Elena vase por la salida de la izquierda. Al poco se la oye gritar. Juan acude raudo hacia ella, justo en el momento en que Elena sale corriendo, llorosa, asustada. Se abraza atemorizada a Elena). ¿Qué te pasa, cariño? ¿Qué has visto?

ELENA.- ¡Dios Santo! ¡Ha sido horrible! ¡Un ser extraño!

JUAN.- ¿No será que te has visto reflejada en un espejo?

ELENA.- ¡No! ¡Y sé muy bien lo que he visto!

JUAN.- Cuéntamelo…

ELENA.- ¡No sé si podré!

JUAN.- Inténtalo; cálmate.

ELENA.- De acuerdo… Era pequeño, muy redondo, negro con el pelo blanco, el vientre también lo tenía blanco, un vientre que le llegaba desde la cintura a las rodillas. Uno de sus brazos era el doble de largo que el otro, y acababa no en dedos, sino en plumas. Y no tiene pies, sino cascos de caballo o algo así. ¡Dios, qué gran susto he pasado!

JUAN.- Elena… ¡Te he dicho más de mil veces que dejes de leer a Edgar Alan Poe!

ELENA.- ¡Te juro que es real!

JUAN.- (Con ademanes de ir a la salida siniestra). ¡En fin! Vayamos a ver…

ELENA.- (Reteniéndole). ¡Qué haces, loco! (Vase Juan).

JUAN.- (Al poco de irse. Muy enojado. En off). Pero, ¿qué diantres hace usted aquí? ¡Venga! ¡Vamos! ¡A su casa! ¡Y no me chiste! ¡Fuera! ¡Fuera! (Elena corre a esconderse tras el sofá, asustada. Al poco aparece Juan). Elena, ¿éste es tu monstruo? (Lleva consigo, sujeto del brazo, a una mujer rellenita vestida de criada a la antigua usanza- traje negro, cofia y delantal blancos, plumero en ristre).

CRIADA.- ¡Usted sí que es feo!

ELENA.- (Contrariada, saliendo de su escondite). ¿Augusta? Pero, ¿qué hace usted aquí?

CRIADA.- ¡Llevo una vida de perros!

ELENA.- ¿No me diga que usted es pariente de Rintintín?

CRIADA.- ¡Ja! ¡Qué mas quisiera ese chucho ser familia mía!

JUAN.- ¡Venga! ¡A su casa!

CRIADA.- ¡No me amarre! ¡Que esto es acoso!

JUAN.- Tiene toda la razón del mundo. La estoy acosando…

CRIADA, ELENA.- ¿Cómo?

JUAN.-… para que se largue de una puñetera vez. ¡Puerta!

ELENA.- Déjala a la pobre mujer. Si está aquí será por algo.

JUAN.- Sí. Para que no podamos pegar ojo. ¿No has leído a la Christie esa? ¡El mayordomo es siempre el asesino!

CRIADA.- Créame. Si hubiera querido matarles, hace tiempo que lo hubiera hecho.

ELENA.- Bueno, pero, ¿qué hace aquí?

CRIADA.- Me han echado.

ELENA, JUAN.- ¿De dónde?

CRIADA.- ¡Por la ventana! ¿No te digo? ¡Pues de dónde va a ser! Pues de mi casa, por supuesto.

ELENA.- ¿Y por qué?

CRIADA.- Por falta de pago.

JUAN.- (Echando mano de su billetera). Cuanto es esta vez…

CRIADA.- (Sin darle importancia. Centrándose en el billetero de Juan). Nada… Unos veinte mil… (Elena y Juan la miran atónitos. Juan guarda al momento su billetera).

JUAN.- ¿Pero usted dónde se aloja? ¿En el Ritz?

CRIADA.- ¿Qué quiere? Para la miseria que me pagan apenas me llega siquiera para la compra del día…

JUAN.- Pues si comiera menos…

CRIADA.- (Con sarcasmo). ¡Ja, ja, ja! ¡Qué gracioso es el señorito!

ELENA.- No creo que pase nada si se queda un par de días con nosotros…

JUAN.- ¡Elena!

ELENA.- Tu hermano no vendrá hasta pasado mañana, ¿no? Pues nos da el tiempo suficiente para que ese mismo día, bien temprano, ella recoja sus bártulos, tome la puerta y preparemos la casa para cuando llegue.

JUAN.- ¿Y tú crees que nos dará tiempo? Mira que mi hermano no avisa…

ELENA.- ¿Pero no te acaba de llamar?

JUAN.- Bueno, miento. Avisa para que prepares la casa, pero no avisa al llegar. Imagínate cómo es, que un día me llamó diciendo que iba a verme y fue colgar y llamar él ya a la puerta.

ELENA.- (A la criada, forzándola a irse). Ya has oído a mi marido. No hay sitio para ti. Así que, venga, puerta y a la calle.

CRIADA.- (Resistiéndose). Pero señora, déjeme estar dos días más. Les juro que no les molestaré. Ni sabrán que estoy aquí…

JUAN.- (Para sí). Eso va a ser un poco difícil…

CRIADA.- Tan sólo denme esos dos días.

ELENA.- No sé…

CRIADA.- Por favor…

ELENA.- (Mirando a Juan). ¿Qué hago? (Juan se levanta de hombros, como diciendo: “a mi no me metas”. A la Criada). De acuerdo. Pero sólo dos días…

CRIADA.- ¡Gracias! ¡Muchas gracias! ¡No se arrepentirán!

JUAN.- (Para sí). Yo ya lo estoy haciendo ahora…

ELENA.- Y ya sabes, a los dos días, puerta.

CRIADA.- Y para celebrarlo ahora mismo me voy a comprar comida como para todo un batallón.

JUAN.- ¿A la una de la madrugada? ¡Si todo está cerrado!

CRIADA.- No para mí. Más les vale a los tenderos tenerme siempre los puestos abiertos si saben lo que les conviene. ¡Vamos! ¡Soy capaz de cualquier cosa que ríase usted del sitio de Verdún! (Vase la Criada por la puerta principal).

JUAN.- (Cuando la Criada es ida). Esta mujer es una catástrofe. Peor incluso que lo de Nueva York.

ELENA.- ¿De qué te quejas? Si es muy simpática…

JUAN.- Hasta que nos dé la puñalada trapera… En todos los sentidos.

ELENA.- Eres muy pesimista.

JUAN.- No. Sólo soy realista. ¿Sabes por qué desaparecieron los dinosaurios? Porque esta mujer les perseguía a todas horas para bañarles, y prefirieron meterse en los pozos esos negros para no seguir más con ella… ¿Y la caza de brujas de Salem? Ella lo empezó porque un día se la oyó decir “esa mujer es una bruja”, o “parece magia”, y ahí se lió la gorda. ¿O lo de la Atlántida?

ELENA.- Parece que no te cae muy bien…

JUAN.- ¿Tanto se me nota?

ELENA.- ¿Sabes qué te digo? Que voy a ir sacando la cama para tu hermano.

JUAN.- ¿Ahora? ¿No es un poco… pronto?

ELENA.- Ya sabes que si al final lo vamos dejando, lo vamos dejando y terminamos con prisas y mal.

JUAN.- Tienes razón. Te ayudo. (Vanse por la salida derecha. Al poco entran, en cuclillas, un reducido grupo integrado por tres hombres, vestidos los tres de negro. Por orden de entrada son Al, Diego y Edmundo).

DIEGO.- (A Al, susurrando). ¿De verdad que está aquí?

AL.- (A Diego, susurrando). ¡Pues claro! Llevo varios meses vigilando la casa.

DIEGO.- ¿Y si al final resulta que no es aquí? ¿Y si te has confundido?

AL.- Eso no me lo repites en la calle. ¿Yo, confundirme?

DIEGO.- Te recuerdo que una vez, por un pequeño, pequeñísimo despiste tuyo, casi acabamos en la cárcel.

AL.- ¡Ya os he dicho más de mil veces que desde pequeño siempre tuve problemas en diferenciar la derecha con la izquierda!

EDMUNDO.- (Quien desde su entrada ha ido oteando muy concienzudamente la escena). ¡Chsst!

DIEGO.- Quizá si hubieras acabado tus estudios…

AL.- ¡Mira quién fue a hablar!

DIEGO.- Oye, que yo al menos llegué al último curso. No como otros…

AL.- ¿Me estás amenazando? (Mira tras sí y vuelve a Diego). ¿Me estás amenazando?

EDMUNDO.- ¡Chsst!

DIEGO.- Sólo digo que, aunque yo tampoco acabé los estudios, al menos llegué hasta el último curso.

AL.- ¡Ah, claro! ¿Y eso es prueba de que sabes más que yo?

DIEGO.- Sí.

AL.- Pues te digo una cosa. Que… (Con la palabra en la boca. Comienza a pensar en lo último dicho. Aparte). Pues al final va a tener razón…

DIEGO.- Pues claro. Soy más listo que tú, y siempre llevo la razón.

AL.- Bueno, de acuerdo, pero aquí, ¿quién es el jefe?

DIEGO.- Tú.

AL.- Pues entonces.

EDMUNDO.- ¡Chsst!

AL.- (Con cierto enfado a Edmundo). ¡Chsst! ¡Chsst! ¡Chsst! ¿Y a ti qué es lo que te pasa? ¿Tienes complejo de platillos o qué?

EDMUNDO.- Al final nos van a coger…

AL.- Si dejarás de chistar… ¡Y relájate, hombre!

EDMUNDO.- ¡Si estoy muy relajado!

DIEGO.- Pues tienes el pulso como para robar sonajeros. (Al, de repente, se pone en alerta).

AL.- ¡Escondámonos!

DIEGO.- ¿Por qué?

AL.- Parece que viene alguien…

EDMUNDO.- Si ya lo he dicho yo…

AL.- Tú cállate y escóndete. (Vanse los tres por la salida izquierda. Al poco entra Juan, con cierto malhumor. Viste un pijama a rayas).

JUAN.- (Como para sí, dirigiéndose a la barra de la cocina). O sea, no comió nada en el cabaret y ahora le entra hambre. Lógico. Pero mira que pedirme la mantequilla… No sé para qué la querrá… Ya la noté un poco rarita cuando bailamos el tango. Y no quiere pan, ni galletas, ni nada. ¿Qué va a hacer entonces? ¿Comérsela a palo seco? (Póngase tras la barra y agáchese, como buscando algo). Creo que estaba por aquí… Esta mujer, con la manía que tiene de cambiar siempre las cosas de sitio… ¿A ver si al final nos pasa como le pasó a mi abuelo, que alquiló un cuarto de su casa? Le llegó un alemán que le empezó a cambiar las cosas de sitio… ¿Cómo se llamaba…? ¡Ah, sí! Alzheimer. Pero, bueno, ¿y la manteq…? ¿Eh? ¿Y esto qué es? (Levántese, tarro en mano. Mírelo y lea la etiqueta). “Mermelada natural de fresas”. ¡¿Consumir antes de 1899?! (Déjela con rapidez en la barra y retírese un par de pasos. Gesticula con repugnancia). Creo que ya está caducada esa mer… me… la… da… (La lata comienza a moverse lentamente. En ese preciso momento, Juan silabiza la última palabra, y mira asombrado la lata). ¿Desde cuándo las fresas caminan? (La lata hace mutis). Esperemos que la mantequilla sea más… joven. (Vuelva a agacharse a por la mantequilla. Cuando está oculto, comienzan a entrar, lentamente, Al, Diego y Edmundo, quienes, pistolas en mano, avanzan hasta delante del mostrador, esperando a que Juan se levante). Veamos… Queso…, plátanos…, jamón…, champán… ¡Ah! Aquí está. Al fin apareció. (Levántese, tarro en mano. En ese momento, los tres le apuntan con las pistolas. Les ve, se asusta un poco). ¿Y ustedes quiénes son?

AL.- Los que te vamos a llenar de plomo el cuerpo si no colaboras.

JUAN.- ¡Ah! Ustedes son amigos del doctor, ¿no?

AL.- En cierto modo, sí.

JUAN.- Pues se han equivocado. El doctor no vive aquí…

DIEGO.- (A Al). ¿Lo ves? Te lo dije.

AL.- (A Diego). Átale.

DIEGO.- ¿Y con qué? ¿Con los cordones de los zapatos? (Al le rasga la chaqueta, separándole una manga).

AL.- (Entregándole la manga). ¿Contento? (Diego toma a Juan del brazo y se lo lleva el sofá, atándole las manos con la manga).

JUAN.- (En el sofá, maniatado). Si esto es una broma del doctor, no le veo la gracia. (Al momento aparece Elena, en camisón de seda).

ELENA.- (Entrando). Cariño, ¿lo encuentras o no? (Ve la escena. Se le queda mirando a todos. Al momento se da la vuelta). Creo que estoy soñando.

AL.- (A Diego). Diego. Átala. (Diego corre a por Elena y la toma del brazo).

DIEGO.- ¿Y a ésta con qué la ato?

AL.- (Desgarrándole la otra manga de la chaqueta). Con la otra. (Tomando la manga y atando con ella las manos de Elena y dejándola en el sofá, junto a Juan).

ELENA.- (A Juan). ¿Y estos quiénes son?

JUAN.- (A Elena). Sospecho que unos secuestradores que no sé qué querrán de nosotros…

AL.- (A ambos). Muy bien. ¿Y el doctor?

ELENA.- (A Juan). Ahí tienes la respuesta.

JUAN.- (A Al). Pues, la verdad, no lo sé. Con lo que es ese hombre, estará perdido por la ciudad.

ELENA.- (Para sí).  Ese hombre lleva perdido toda su vida…

AL.- Pues ya sabéis lo que dicen.

EDMUNDO.- ¿Y qué dicen?

AL.- Que si Mahoma no va a la montaña… (Quédese en silencio, para que el resto acabe el refrán. El resto queda bastante tiempo meditando la respuesta).

DIEGO.- ¿Cuchillo de palo?

EDMUNDO.- ¿Buena sombra le cobija?

JUAN.- ¿Puente de plata?

AL.- ¡No! Si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma.

TODOS (Excepto Al).- Ah…

EDMUNDO.- ¿Y eso qué quiere decir?

AL.- Que si nosotros no vamos a por el doctor, será él quien vendrá a nosotros.

DIEGO.- ¿Y cómo lo haremos?

AL.- (Con ironía y sarcasmo). ¿No eres tú el que más cerca estuvo de acabar el colegio? Pues piensa algo, listo.

DIEGO.- Oye, no me vengas con esas.

ELENA.- ¿Y por qué no le llaman por teléfono? (Juan la da un codazo en las costillas para que se calle. Al, Diego y Edmundo la miran).

AL.- ¡Cierto! ¿Por qué no se me habrá ocurrido antes?

DIEGO.- ¿De veras quieres que te conteste?

AL.- ¿Dónde hay un teléfono?

ELENA.- Allí, en la barra. (Nuevo codazo de Juan. Al va hasta la barra, toma el auricular y se prepara para marcar, pero se detiene). Cuatro, cero, cinco, uno, cincuenta, ocho.

JUAN.- (A Elena). ¡Pero quieres hacer el favor de callarte de una vez!

AL.- (Tras marcar, espera a que contesten). ¿Doctor? Disculpe que le llame a estas horas… ¿Que estaba despierto? Ah… ¿Y qué es lo que hacía?...  Ah… Lo de antes… Perdone, pero, ¿qué era eso?... No, lo siento, pero no me acuerdo… Ah… Ajá… ¡Mmm! Bueno, ¿podría venir un momento? Creo que tengo algo que podría interesarle… ¿Que si podría dejarlo para mañana? Lo siento, pero no. Sí, es muy importante… Gracias… Hasta dentro de un rato… (Cuelga y regresa junto a sus compañeros).

JUAN.- (A Elena). No te podías estar callada, no.

AL.- En unos minutos volverá… (Llaman a la puerta. Al obliga a Juan y a Elena a contestar).

ELENA.- (A quien llama). ¿Quién es?

LUISA.- (En off). Elena. Ábreme. Soy yo, Luisa.

AL.- ¿Quién es Luisa?

JUAN.- Nadie. No es nadie. (A Luisa). Vuelve mañana. (Al le tapa la boca).

ELENA.- ¡Pasa! ¡Pasa, querida! ¡Está abierto! (Luisa entra, disco en mano).

JUAN.- (A Elena). Pero, ¿te has vuelto loca o qué?

LUISA.- (Entrando). Tan sólo venía a devolverte tu disco, porque me he dado cuenta de que no tengo… (Viendo la escena)… tocadiscos… Veo que estáis ocupados, así que volveré luego… (Preparándose para irse).

AL.- (A Diego). Diego. Átala.

DIEGO.- (Reteniendo a Luisa). ¿Y a ésta con qué la ato? (Al le desgarra la manga de la camisa que lleva debajo. Diego ata las manos de Luisa con la manga y la sienta junto a la pareja en el sofá. Cuando la deja, se reúne con Al y Edmundo a un aparte).

LUISA.- (A la pareja). ¿Qué pasa aquí?

JUAN.- Un secuestro, hija. Un secuestro.

LUISA.- ¿Un secuestro? ¡Qué bien!

JUAN.- ¿Y a ti qué te pasa?

EDMUNDO.- (A Diego y Al). Esto se nos está yendo de las manos…

LUISA.- ¡Qué excitante!

AL.- Tranquilos. Lo tengo todo controlado.

LUISA.- Una amiga mía se fue un día a Estocolmo y la secuestraron. ¡Se lo pasó más bien…!

JUAN.- La verdad es que te mueves en unos círculos…

DIEGO.- Esperemos que no venga más gente, porque si no me veo en calzoncillos…

ELENA.- ¿Y Eduardo?

JUAN.- ¿No habrás venido con él, verdad? (Llaman de nuevo a la puerta. Para sí, algo desesperanzado). Pues sí.

EDUARDO.- (En off). Luisa, querida. Se hace tarde.

AL.- (A los del sofá). ¿Y ese quién es?

LUISA.- Mi marido. (A Eduardo). ¡Pasa, querido! ¡Que hay un secuestro!

EDUARDO.- (Entrando). ¿Pero qué tonterías hablas? (Viendo la escena).

AL.- (A Diego). Diego…

DIEGO.- Que lo ate, ¿no?

AL.- Sí. (Diego se desgarra la otra manga, ata con ella las manos de Eduardo y le sienta en el sofá).

EDUARDO.- (A Luisa, mientras le atan). Si esto lo entiendes por una noche romántica…

AL.- ¡A callar! Que me empieza a doler la cabeza…

ELENA.- Hay una aspirina en el baño…

JUAN.- ¿Pero es que tú no te callas nunca o qué?

ELENA.- (A Juan). Tan sólo pretendía ser hospitalaria…

JUAN.- Hospitalaria serás más que nunca con los gusanos si por tu culpa nos matan a todos.

EDUARDO.- ¿Pero alguien me quiere explicar qué demonios ocurre aquí?

JUAN.- Resumiendo: estos tres han venido a secuestrar a un científico vecino nuestro no sé para qué.

LUISA.- ¿No es emocionante? ¡Ojalá tuviera aquí mi cámara de fotos!

JUAN.- (A Eduardo). Eduardo, entre tú y yo, tu mujer está como una regadera. (Vuelven a llamar a la puerta).

ELENA.- ¿Quién es?

AL.- (A Diego y Edmundo). Veamos si a la tercera va la vencida…

ELENA.- ¿Quién es? (No contestan).

JUAN.- ¿No contestan?

EDUARDO.- Será algún chaval que llama y se va luego. (Vuelven a llamar).

ELENA.- ¡Pase!

JUAN.- ¡Cállate ya, por Dios!

ALFREDO.- (Entrando de sopetón, con fuerza, alegría y portando dos maletas. Viste ropa de pueblo de la época. Con los brazos abiertos). ¡Hola, querido hermano!

JUAN.- ¡Alfredo!

ALFREDO.- ¡Juan! ¡Elena!

ELENA.- ¿Alfredo?

JUAN.- ¡Elena…!

TERESA.- (Entrando tras Alfredo. Viste un vestido largo de colores claros. Lleva igualmente dos maletas. Con timidez). ¿Alfredo?

ALFREDO.- (Mostrando a Teresa). Teresa.

JUAN, ELENA.- ¿Teresa?

LUISA, EDUARDO.- ¿Alfredo? ¿Teresa?

JUAN.- Eduardo.

ELENA.- Luisa.

TERESA, ALFREDO.- ¿Eduardo? ¿Luisa?

AL.- (Señalando según va nombrando). Al, Diego, Edmundo. Y echas las presentaciones…

DIEGO.- No sigas. (Y se desgarra la camisa, con la que ata las manos a Alfredo).  ¿Y a ésta? (Al le mira las piernas. Diego se mira). ¡Ah, no! ¡Eso sí que no! ¡Por ahí sí que no paso!

AL.- Vamos…

DIEGO.- ¿Y por qué no os quitáis las mangas vosotros?

AL.- Las mías ni olerlas, que son de diseño y muy caras.

EDMUNDO.- A mí no me mires. Fuiste tú el que discutiste con él.

AL.- Al…

EDMUNDO.- Al. Él. Al. Al. Él. ¡Cómo sea!

AL.- Venga, Diego. Que luego no se diga. (Diego, a regañadientes, se arranca una de las perneras del pantalón, con la que ata las manos a Teresa, sentándola en el sofá).

ALFREDO.- (Mientras le atan las manos y le sientan en el sofá. Teresa va tras él. A Juan). Hermano, ¡qué recibimiento!

JUAN.- ¿No te lo esperabas?

ALFREDO.- Pues no.

JUAN.- (Para sí). Yo tampoco…

ELENA.- Pero, ¿no veníais pasado mañana?

TERESA.- Es que hemos cogido el Talgo. ¡Hija, qué maravilla! ¡Qué rapidez!

EDMUNDO.- ¡Pero ese doctor viene o no viene! (Llaman a la puerta). No, si antes lo digo…

ELENA.- ¡Pase!

DOCTOR.- (Entrando). ¿Qué me queríais, amigos míos?

AL.- ¡Por fin! ¡Por fin! ¡Es él! ¡Al fin llegó!

DOCTOR.- ¡Una fiesta sorpresa! ¡Para mí! No sé cómo agradecéroslo, chicos. Me alegro tanto…

AL.- Diego…

DIEGO.- Pero éste es el último. El próximo que lo ate tu tía. (Desgárrese la otra pernera del pantalón y ate con ella las manos del doctor).

DOCTOR.- (Mientras es maniatado). Estos jóvenes de hoy día… ¡Qué cosas tienen!

AL.- Doctor. Díganos la fórmula o se arrepentirá.

DOCTOR.- Me arrepentiré si os la digo. ¡Habrase visto…!

AL.- ¡Doctor! No me caliente…

DOCTOR.- ¡Pues claro!

DIEGO.- ¡Te cedo el puesto!

DOCTOR.- ¡Eso es!

EDMUNDO.- ¿De qué está hablando?

DOCTOR.- ¡Hay que calentarlo a doscientos grados! ¡No a cien!

AL.- Doctor, o me habla en cristiano o…

DOCTOR.- A doscientos grados se funde el magnesio, y como lo estaba haciendo a cien, pues no se derretía del todo y se mezclaba muy mal. ¡A doscientos sí que se deshace del todo y se mezcla mucho mejor!

JUAN.- No le hagan caso. Está muy chocho y delira…

AL.- Díganos la fórmula o eso de los doscientos grados será lo último que dirá…

DOCTOR.- ¿La fórmula? ¿Qué fórmula? ¡Ah, la fórmula! ¿Y para qué quieren ustedes mi fórmula?

DIEGO.- Dígasela, que me congelo.

AL.- La queremos para enriquecernos a costa del mundo.

DOCTOR.- ¿Mande?

DIEGO.- Dígasela…

EDMUNDO.- Se la venderemos a todos los países que puedan pagarla.

DOCTOR.- ¿Y de cuánto estamos hablando?

TODOS.- ¡Doctor!

DOCTOR.- ¡Bueno, bueno…! No se me pongan así… Ahora mismo se la digo… (Llaman a la puerta).

AL.- ¡Qué oportuno!

ALFREDO.- ¿Quién será?

ELENA.- Ni idea.

AL.- (A Diego). Anda, ve a abrir…

EDUARDO.- Será la madre…

JUAN.- ¿Qué madre?

EDUARDO.- Así seremos ya diez y la madre…

AL.- Así al menos entrarás en calor. (Diego va a abrir la puerta).

LUISA.- ¿Y si es la abuela?

TERESA.- ¡Claro! ¡Éramos pocos y parió la abuela!

CRIADA.- (Entrando). Bueno, señores. Ya traigo la…

JUAN, ELENA.- ¡Augusta!

CRIADA.- (Viendo a Diego de arriba abajo). Creo que me voy a poner las botas esta noche… ¡Dios santo! ¡Qué jeta! ¡Qué lomo! ¡Qué solomillos! ¡Qué pancetas! ¡Qué…!

JUAN.- Augusta. ¿Se puede saber qué hace usted aquí?

CRIADA.- ¿Yo? Pues a que me pongan cuarto y mitad de este. (Señalando a Diego).

AL.- Diego. Átala.

DIEGO.- ¡Que la ate tu padre! ¿No te digo?

AL.- Diego…

DIEGO.- Es que si me quito lo que me queda, me quedo en cueros vivos…

CRIADA.- ¡Con lo bien que me sienta a mi el cuero!

ALFREDO.- ¿Y ésta quién es?

EDUARDO.- La criada.

ALFREDO.- Ah… Ya me parecía a mí…

CRIADA.- (Yendo hacia Diego, quien se aleja de ella a la misma velocidad). Átame. Hazme lo que quieras. Soy toda tuya.

JUAN.- Ya la has oído. Para ti toda, todita.

AL.- Átala.

DIEGO.- De acuerdo… Pero a partir de ahora me tienes que subir el sueldo.

AL.- No te preocupes por eso. Cuando tengamos la fórmula, seremos multimillonarios. (Diego, muy a regañadientes y muy a su pesar, se desgarra lo que le queda del pantalón, quedándose en ropa interior. Con el pantalón ata las manos de la Criada).

CRIADA.- (A Diego, tras atarla las manos. De frente a él. Avanza hacia él, mientras Diego retrocede). Muy bien… ¿Y ahora, qué quieres? Estoy a tu disposición… Puedo hacer todo lo que quieras… Todo…

DIEGO.- Lo primero, aléjate de mí.

CRIADA.- Lo siento, pero eso no va a ser posible… (De repente, se tira encima de Diego, cayendo los dos al suelo. La Criada queda encima de Diego, quien no se la puede quitar de encima. Mientras cae). ¡Ahora! (Tras ese grito, entran en escena, como un vendaval, Julio y Ethel, pistolas en mano).

JULIO.- ¡Alto! ¡Que nadie se mueva! (Al y Edmundo, sorprendidos y perplejos, intentan escabullirse. Edmundo vase por la salida derecha, seguido por Ethel, y Al vase por la salida izquierda, seguido por Julio. Como consecuencia, el Doctor cae al suelo. El resto, en el sofá, se miran perplejos).

TERESA.- ¿Qué pasa?

JUAN.- Ni idea.

LUISA.- ¿Quiénes eran esos? ¿La policía?

ALFREDO.- No entiendo nada.

EDUARDO.- Todo esto es muy raro. (Aparece de nuevo Al, seguido por Julio. En ese momento, el Doctor intentaba ponerse de pie. Al le toma de un brazo y le aúpa, poniéndole delante de sí, a modo de defensa humana. Lléveselo hasta por detrás de la barra).

JULIO.- Suéltale.

AL.- De eso nada. (Se agacha y toma un cuchillo, con el que amenaza el cuello del Doctor).

DOCTOR.- Gracias, pero ya me afeité ayer.

AL.- Un paso más y le corto el cuello.

JULIO.- Suelta el cuchillo.

AL.- Suelta tú la pistola.

ELENA.- Soltadlo a la vez.

TODOS.- ¡Elena! ¡Cállate!

JULIO.- Deja al viejo.

AL.- Que me deje la fórmula.

JULIO.- Sabes que nunca te la va a dar.

AL.- Eso es lo que tú te crees.

LUISA.- (A sus compañeros). O actúa deprisa o el pobre acabará a lo María Antonieta…

EDUARDO.- Oye, ¿ese no es Julio?

JUAN.- ¿De qué hablas?

EDUARDO.- ¡Que sí! ¡Que sí! ¡Es él!

LUISA.- No sabía que fuera policía…

ELENA.- Yo sí.

TODOS (Excepto Elena, Julio, Al y Diego).- ¿Cómo?

JULIO.- ¡Silencio!

AL.- ¿Nervioso?

JULIO.- No.

AL.- Pues yo sí, así que andaos todos con ojo.

JULIO.- Suelta el cuchillo…

AL.- ¡No!

JULIO.- Suéltalo…

AL.- ¡Nunca!

JULIO.- Que lo sueltes…

AL.- ¡Jamás!

TODOS (Excepto Al y Diego).- ¡Suelta el puñetero cuchillo!

AL.- ¡De acuerdo! ¡De acuerdo! Suelto el cuchillo… (Suéltelo). Pero al doctor no.

JULIO.- ¿Por qué?

AL.- Porque no me lo habéis pedido. Tan sólo me habéis dicho que suelte el cuchillo, pero al doctor ni lo habéis mencionado.

JULIO.- Pues ahora te pido que lo sueltes.

AL.- Demasiado tarde. Éste ahora se viene conmigo. (Intenta fugarse, yendo lentamente hasta la puerta principal, con el doctor como coraza humana, pero siempre fijando la vista en Julio. Éste, apuntándole aún con el arma, rota sobre sí mismo, igualmente sin apartar la mirada de él. Cuando Al queda al otro lado, avanzando lentamente hacia atrás hasta la puerta, de repente, y en silencio, aparece Ethel, jarrón en mano, por la salida izquierda, avanzando hasta Al. Cuando queda a su espalda, le da con el jarrón en la cabeza. Por efecto del golpe, Al suelta al Doctor, quien escapa haciéndose a un lado. Julio le toma del brazo para ponerle a salvo. Al queda un momento de pie, con mirada ida, y cae pesadamente, justamente encima de la Criada y de Diego).

ELENA.- ¡Mi jarrón!

TODOS (Excepto Elena, Ethel, Doctor, Julio, Diego y Al).- ¡Bien! ¡Viva! ¡Hurra! (etc…; cada uno a su manera. Ethel acude junto a su marido).

CRIADA.- ¿Alguien me ayuda? Es que no estoy preparada para hacer un trío…

JULIO.- ¿Estás bien, cariño? ¿Y el otro?

ETHEL.- Le he dejado atado en aquella habitación. No tiene por dónde escapar…

JUAN.- ¿Alguien quiere hacerme el favor de explicarme todo este guirigay?

ELENA.- (Julio y Ethel acuden a desatarles). Yo te lo explico, cariño. Julio y Ethel son espías secretos.

JUAN.- ¡Y tan secretos! No lo sabía ni yo…

ELENA.- Esta noche, en el cabaret, Ethel me lo comentó, sabiendo que entre amigas no hay secretos entre ellas. Y me dijeron que podría pasar que esta noche secuestrasen a nuestro amigo el Doctor…

JULIO.- (Interrumpiéndola y, a la vez, siguiendo la explicación)… Así que uno de esos días en que nos invitabais a vuestra casa, decidimos pinchar vuestro teléfono, de forma que sabíamos a quiénes llamáis y quiénes os llaman.

JUAN.- Por eso le diste el número de teléfono al tipo este…

ELENA.- Por eso… Y cuando después de ello, empezaron a llamar a la puerta, yo les cedía el paso para que entraran pensando…

JUAN.- (Interrumpiéndola y siguiendo la explicación)… Pensando que eran Julio y Ethel… Si es que esos son sus verdaderos nombres…

JULIO.- Sí, pero el apellido no es Smith, sino Bergrosen. Volviendo a la explicación, cuando íbamos a subir, nos encontramos con ella (señalando a la Criada, quien es aupada del suelo y desatada) y se lo explicamos.

CRIADA.- Al entrar en el portal, me pidieron que me alejara, pero les dije que yo vivía aquí, les dije el número de la puerta y del piso y me miraron un poco raros. Entonces caí en la cuenta de que yo a ellos les conocía por verles venir varias veces a la casa, con lo que…

ETHEL.- (Interrumpiéndola y siguiendo la explicación)… Con lo que la dijimos la verdad. Ella aceptó en colaborar en todo, pero le dijimos que era demasiado peligroso. Pero debido a su insistencia, la dejamos que nos ayudara.

JULIO.- Y el resto tú ya lo conoces. Y como ahora todos vosotros sabéis la verdad, os tenemos que matar. (Les apunta con la pistola).

TODOS (Excepto Ethel, Julio, Al y Diego).- ¡¡¡¿¿¿QUÉ???!!!

JULIO.- (Riendo y bajando el arma). Que no… Es una broma…

LUISA.- La típica del espía.

JULIO.- (Poniéndose serio de repente). Tenéis veinticuatro horas para abandonar el país.

JUAN.- Es otra broma, ¿no? (Julio sigue serio). ¿Hablas en serio? ¿De veras tenemos que abandonar el país?

JULIO.- (Volviendo a reír).  Es otra broma…

EDUARDO.- Pues como nos has mentido siempre, no sé en qué creer…

JUAN.- ¿Y cómo es que no me lo contaste antes?

JULIO.- Temía que te fueras de la lengua…

JUAN.- ¡O sea! ¡Que se lo contáis a mi mujer, que es patrona de los loros, cacatúas, cotorras y demás aves parlantes, y a mí no! Pues anda que… ¡Cómo se nota que te gusta el peligro!

ALFREDO.- (A Juan). Bueno, querido hermano… Creo que Teresa y yo nos vamos… Me parece que os hemos pillado en un mal momento… Ya vendremos si eso otro día… (Toman sus maletas y vanse por la puerta, corriendo).

LUISA.- (A Elena). Yo tan sólo venía a devolverte el disco, así que aquí te le dejo… (Vase por la puerta, corriendo).

EDUARDO.- Juan, ya quedaremos otro día… (Vase tras su mujer).

DOCTOR.- Yo, si no les importa, seguiré con mis investigaciones… (Vase por la puerta).

CRIADA.- Yo ya no les molesto más… Me voy a buscar un nuevo piso… Y un nuevo señor a quien servir… (A Diego). Si éste al final se deja domar por quien yo me sé…

DIEGO.- ¿De qué me habla?

CRIADA.- (A Julio). ¿Me lo puedo quedar?

JULIO.- Lo siento, pero quedará una larga temporada a la sombra…

CRIADA.- ¡Da igual! Le visitaré todos los días.

DIEGO.- ¡No! ¡Eso sí que no! ¡Por favor, ejecútenme ya! ¡Se lo suplico! (Ethel aupa a Diego y a Al, quien queda un poco atontado, y, ayudada por la Criada, se los lleva. Los cuatro vanse por la puerta).

JULIO.- Pues yo también me voy… No os molesto más. Creo que ha sido una noche muy movidita incluso para mí, así que os dejo que descanséis. Lo malo es que ya nunca más me volveréis a ver… Adiós. (Vase).

JUAN.- (Cuando todos son idos). ¡Qué escena más surrealista!

ELENA.- No sé tú, pero yo me voy a la cama. Se ha hecho muy tarde.

JUAN.- Tienes razón… (Telón. Pero al poco de bajarse, se oye llamar a la puerta con insistencia y desesperanza. El telón se alza y aparecen a escena, de nuevo, Juan y Elena. Juan acude a abrir). ¡Ya va! ¡Ya va! (Abre. Entra Ethel, con respiración muy agitada, nerviosa y las ropas algo destrozadas).

ELENA.- (Corriendo a socorrerla). ¡Ethel!

ETHEL.- (Cayendo al suelo, socorrida por la pareja). Tenéis… tenéis que ayudarme…

JUAN.- ¿Qué pasa, Ethel? ¿Qué tienes?

ETHEL.- Es… es Julio.

ELENA.- ¿Qué le pasa a Julio? ¿Dónde está?

ETHEL.- Está en peligro…

JUAN.- Elena, coge el abrigo. Ethel, ¿quieres tomar un vaso de agua?

ETHEL.- (Se levanta ayudada por Juan y Elena). Gra… gracias, pero no hay tiempo.

JUAN.- (Los tres hacen mutis por la puerta y telón). Y dinos, ¿dónde está Julio?